Anoche subió al bus una mujer con un carro de la compra lleno de papeles y ropa. Nada más entrar a grito pelado profirió: ¡Ehhhh, gente, fiestaaaaa!. Calculo que tendría unos cincuenta y tantos. Vestía desaliñada, como a punto de caer en la indigencia o quizá ya estaba ahí desde hace mucho.
Siguió increpando cosas sin sentido a la gente. Incluso se puso a rezar desordenadamente y cambiando a propósito partes de la oración. Íbamos unas diez personas, entre ellas, cinco “mayores” y los demás todos jóvenes, no más de 15 años. Estos últimos la provocaban y se reían mientras la grababan con el móvil.
Una chica, a punto del infarto por la risa decía: ¡Vaya tía borracha!.
El grupo de jóvenes bajó en la misma parada que yo. Ellos se fueron en una dirección y yo en otra.
A lo lejos aún podía oír sus risas y burla.
No quise pensar más en la situación.
Si supieran lo que les espera a ellos como no cambien... Si por un momento lo pudieran imaginar llorarían amargamente, como seguro hace ella en la soledad.
No hace frío hoy y por la calle no hay casi nadie, a pesar de ser las diez de la noche. Me paro y miro el vacío que hay a mí alrededor, no soy capaz de calcular su extensión y densidad. Por un momento pensé en ponerme a gritar algo como: ¡Fiestaaaaa!. Pero yo soy un tipo normal, no como aquella mujer.
ShiroDani