Entra en la cafetería como un niño en clase. Allí sólo estamos tres personas. La camarera que, tras él decir buenos días, se pone automáticamente a hacerle un café; hay también un tipo en la barra leyendo el diario, aún calentito y flamante, que es como hay que leerlo, no ya usado, con la mirada de otros sobre las páginas y las esquinas rozadas por otros dedos; y estoy yo, como siempre observando todo. Estamos todos bajo un extraño silencio, como arropados por un nórdico un sábado lluvioso y gris. No sé escucha ni la radio, aunque la pobre se esfuerza emitiendo una sosa canción, pero sin ningún éxito.
Se sienta él en una mesa del rincón, alejado de la ventana, de espaldas a todo. Saca de una cartera un cuaderno y un estuche con lápices de colores. Los ordena milimétricamente frente a él, a la misma distancia ambos. Saca del estuche la goma de borrar y un lápiz. Los ordena también y se queda sentado, inmóvil y con las manos apoyadas sobre las rodillas.
Así hasta que la camarera le deja el café sobre la mesa, y él con la misma precisión de antes, sin titubeos, lo coloca a su izquierda. Le pone la mitad del azúcar y gira la cucharilla lentamente. Da un pequeño sorbo, deja la taza sobre el plato, dispone el cuaderno frente a él, coge el lápiz, agacha la cabeza y empieza a dibujar muy lentamente.
De vez en cuando deja el lápiz a su derecha, correctamente alineado al cuaderno, y ceremonioso, coge por el asa la taza de café y bebe un sorbo, para seguir después dibujando.
Le miro y pienso en la fragilidad de todo. Incluso en la no aparente, la escondida a propósito y por cualquier razón. Creo que es bella toda fragilidad.
Si así es, ¿por qué todos de alguna manera la ocultamos?
¿Creemos que lo frágil se rompe, acaso?
Le miro y me siento bien. No me cansaría de mirarle.
Las personas más fuertes que he conocido, siempre fueron las que no ocultaban su fragilidad.
Gran parte de la belleza está en la fragilidad... Siempre presta a ser asesinada, ensuciada, quebrada, robada o ilusamente poseída.
Cuando se quiebra lo frágil, un alud invisible e imparable nos atropella, nos traspasa y depende... o nos maravilla, o nos destroza por dentro.
Dejo de mirarle y miro por la ventana. Allí, en lo alto, sobre una farola, otro ser frágil.
Por hoy no necesito más. El pecho lo tengo henchido. Aseguro que la vida es lo más frágil, y lo más hermoso.
ShiroDani