De músicos y relojes

Jueves, 18 Mayo 2023 10:00 Escrito por  Enrique S. Cardesín Publicado en Enrique S. Cardesín Visto 100 veces
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Caminaba Avenida arriba, y la camiseta con el símbolo de los Rolling Stones (la boca roja con la lengua fuera) se le pegaba al cuerpo como una segunda piel por culpa de la humedad ambiental, que también le apelmazaba las puntas de la melena. Era una tarde de primeros de septiembre de 1975, y hacía el calor propio de esas fechas aún veraniegas. Al pasar por delante, miró de refilón el escaparate de una boutique de ropa femenina. Después de unos segundos, Rubén, el nuevo vocalista del grupo musical torrentí Lluvia, se paró en seco y acto seguido volvió sobre sus pasos. Parecía que algo en ese escaparte ejercía un poderoso magnetismo sobre él. Ahora, plantado ante la luna de la tienda, miraba casi sin pestañear una camisa de talle estrecho y con largos flecos en mangas y cintura. Entonces le vino a la memoria el hecho de que tenían pendiente la sesión fotográfica para elegir el nuevo cartel promocional del grupo. Y los ojos se le iluminaron con ese brillo especial con el que siempre resplandecían cuando sobre el escenario cantaba alguno de sus temas favoritos. Le echó un vistazo a su reloj de pulsera, pero no pudo determinar la hora exacta, pues el reloj no funcionaba; las manecillas estaban clavadas en las siete menos cuarto. El ensayo del grupo se había fijado para las siete en punto, en la habitual planta baja de la calle Hernández Malillos. Él sabía de sobra que quien llegaba tarde a los ensayos le tocaba pagar las consumiciones que a su finalización realizaban en el Marisquero, un bar situado en el arranque de la Avenida —llamada de los Mártires, aunque la gente sólo la nombraba como Avenida—, en el lado izquierdo según se subía hacia la Fuente de las Ranas. Así que Rubén presentía que en esta ocasión el paganini no iba a ser otro que él, toda vez que la puntualidad era una virtud que adornaba a los componentes de Lluvia. A fuerza de dar grandes zancadas aceleró mucho su marcha.

Rubén erró el tiro al pensar que sus cuatro compañeros de Lluvia, en cuanto lo vieran entrar por la puerta, se lanzarían a mortificarlo por su retraso y a recordarle la pena que se imponía al que llegaba tarde al ensayo. Pero lo que sucedió fue algo inesperado, sorprendente: en la habitación donde ensayaban había una quinta persona. Un hombre de mediana edad al que Rubén no conocía de nada. Él seguía siendo un neófito en esto de la música en plan artista. Paco, el teclista del grupo, se lo presentó como el agente del cantante Bruno Lomas, del que Lluvia había sido telonero en alguno de sus conciertos. A continuación, el agente se puso a contar el motivo de su visita. “He venido dijo mirando a cada uno de los cinco músicos de modo alternativo con el encargo de haceros una propuesta. Yo creo que es una propuesta interesante y atractiva, por lo que estoy absolutamente seguro de que no la vais a poder rechazar. A primera hora de esta mañana, me ha llamado por teléfono mi amigo Paco Pastor, el vocalista y fundador de   Fórmula V, y me ha comunicado que por causa de una caída fortuita en su casa, se ha producido una lesión en la rodilla derecha y ahora tiene la pierna inmovilizada. De manera que su grupo, y por decisión unánime de todos sus componentes, no actuará el próximo sábado en el programa de televisión Directísimo, que presenta el periodista del mostacho, José María Íñigo. Sin embargo a ellos, me ha dicho Paco, no les gustaría malograr del todo esta oportunidad que se les brindaba para dar a conocer las canciones de su último álbum de estudio entre el gran público y por eso han madurado la idea de que otro conjunto musical, no profesional, los sustituyese en ese programa e interpretase las dos canciones suyas pactadas en el contrato con Televisión Española. Paco Pastor ya ha hablado con el realizador del programa y este le ha expresado su conformidad al citado cambio por necesidad. Fórmula V solo pone una única condición: que el grupo que los vaya a sustituir tenga sus canciones incluidas en su repertorio y las cante con frecuencia en sus galas. Lo que era el caso de Lluvia. No faltaban nunca en sus actuaciones los éxitos recientes y pasados de Fórmula V: Cuéntame, Eva María, Vacaciones de verano, La fiesta de Blas… El agente salió a la calle, se encendió un cigarrillo rubio y esperó allí hasta que los chicos de Lluvia le dijeron que ya habían tomado una decisión. Aceptaban. Claro que aceptaban. Y ¿dónde había que firmar? El contrato estipulaba que el montante por las dos intervenciones musicales les correspondía íntegro a ellos. En el rostro de los cinco músicos apareció esculpida, como si otros tantos invisibles escultores la fueran modelando a la vez, la representación física de la emoción. “Hoy no hay ensayo. Vámonos a celebrarlo al Marisquero –dijo Enrique, el virtuoso del saxo bajo. Hubo un aplauso general, al que le puso punto final Juan, el hermano de Paco, con un repique de los platos de su batería. José Luis, el guitarrista, no se mordió la lengua y le recordó a Rubén su impuntualidad. Las protestas del vocalista, que se defendía diciendo que, en puridad, no había habido esa tarde ningún ensayo, no colaron y le tocaría luego rascarse el bolsillo y pasar por la caja del Marisquero, mientras sus compañeros entonaban: En la fiesta de Blas, en la fiesta de Blas, todo el mundo salía con unas cuantas copas de más…

Alquilaron una autocaravana y enfilaron la carretera nacional con destino a los estudios de Prado del Rey en Madrid. A Rubén el reloj le jugó otra mala pasada, y de nuevo llegó con retraso al lugar donde esperaba la autocaravana, con Paco al volante. El vocalista se juró que echaría el reloj a la basura a la vuelta de su participación en el programa de televisión Directísimo. Dos días antes, sin embargo, su reloj parecía funcionar perfectamente, puesto que él llegó a la boutique incluso antes que ninguno de sus compañeros. Una pandilla de adolescentes, que todavía estaban de vacaciones escolares, paseaba Avenida arriba, Avenida abajo, y reconocieron a los componentes de Lluvia cuando accedían a la tienda de ropa femenina. La mayoría de esas chicas había bailado más de una vez en la piscina Las Delicias al ritmo de sus canciones y de los movimientos sincopados de Rubén. A los músicos los acompañaba en la boutique el fotógrafo Cardona, quien les propuso que saliesen a la calle vestidos con las camisas de flecos en mangas y cintura (negra la de Rubén y blanca las de sus compañeros) y cruzasen el paso de cebra uno detrás de otro en fila hasta el paseo central a imitación de la imagen icónica de los Beatles. Antes de que Cardona pudiese pulsar el disparador de su cámara, las chicas ya habían rodeado a los cinco en medio de la calzada y la foto se frustró. Se montó un tremendo barullo; los conductores haciendo sonar el claxon y las chicas canturreando y bailando. Al cabo de un buen rato se pudo reanudar la circulación de vehículos. Tras pasar por maquillaje, donde coincidieron con el propio José María Íñigo, que los animó y les deseó mucha suerte, el grupo aguardó en su camerino hasta el momento de saltar al plató, atentos a que no se arrugase su glamuroso atuendo de camisa de flecos, pantalón acampanado y zapatos de plataforma. Mientras tanto, seguían por un monitor el desarrollo del programa. A continuación de interpretar su primera canción, Carolina (Busco tus caricias, tus sonrisas. Siento que me falta tu amor. Oh, Carolina…), tomó asiento junto al presentador el mentalista israelí Uri Geller, que vestía una camisa de rayas arremangada y lucía un abundante cabello negro. En un momento dado, acabado el número de las cucharas que doblaba con el poder de su mente, anunció que también era capaz de hacer funcionar los relojes estropeados. En ese instante, en el camerino de Lluvia, todas las miradas del grupo confluyeron al mismo tiempo en Rubén. Juan, el batería, haciendo gala de su proverbial sorna, dijo: “La ocasión la pintan calva, Rubén. A ver si ese Uri Geller consigue hacer funcionar también tu reloj y de aquí en adelante llegas puntualmente a las citas”. La riada de carcajadas sonó tan estentórea que una de las azafatas del programa entreabrió la puerta y les reclamó silencio. Recorriendo los pasillos de camino a su segunda intervención, Loco, casi loco (El mundo se ha hecho distinto, mi vida entera ha cambiado…), Rubén miró de soslayo la esfera de su reloj y se percató de que la manecilla del segundero giraba de nuevo. “¡Va a ser verdad que ese tipo es capaz de hacer funcionar los relojes estropeados!” –pensó él. De pronto, oyó decir a José María Iñigo que la centralita se había colapsado de tantos espectadores que estaban llamando para confirmar el prodigio llevado a cabo en directo por Uri Geller. La presencia en televisión le reportó a Lluvia una creciente fama y un aumento apreciable de sus galas y bolos. Solo Los Melódicos habían tenido antes el privilegio de cantar en televisión. De vuelta a los ensayos en Torrent, Rubén salió confiado de su casa. Su reloj ya no le había vuelto a fallar. Menudas risas se echaron sus compañeros en el Marisquero cuando le tocó hacerse cargo de nuevo de la cuenta.

Enrique S. Cardesín Fenoll

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