Cada mes del año tiene un nombre propio y ese nombre un significado, pero ¿ese significado llega a influir en dicho mes? Obviamente que no.
¿Ocurre lo mismo con el nombre de las personas? Evidentemente el nombre de las personas se pone a priori de conocer el carácter o los detalles que van a marcar la singularidad de cada individuo. Será el sobrenombre o el apodo el que lo diferenciará de los demás, bien por algún rasgo distintivo de su carácter o bien por su fisonomía. Aunque todos sabemos que a veces, ese mismo nombre, por su rareza o su significado, puede convertirse en el apodo que marque a la persona para toda su vida. Pensemos en nombres como Tolomeo, Pepón, Silvestre o Calígula. Pero volvamos al nombre de los meses del año. Este agosto pasado, que hemos recorrido sufriendo sus terribles calores y su implacable sequía, ¿por qué debe su nombre al emperador romano Augusto Octavio?
Si repasamos la biografía de este personaje veremos que Augusto fue el primer emperador romano, que reinó entre el 27 y el 14 a.C., que se enfrentó a Marco Antonio, que amplió y afianzó las fronteras del imperio hasta el Danubio. No tuvo hijos varones de ninguno de sus tres matrimonios, por lo que adoptó a su yerno Tiberio para sucederle en el trono. Para que se comprenda la relación del nombre con el mes, hemos de aclarar que fue Octavio Augusto quien cambió el nombre de ese mes, hasta entonces denominado sextilis, por el de augustus, a imitación de su tío Julio César veintiún años antes con el mes quinctilis, que pasó a llamarse iulius. En la actualidad, la mayoría de los padres tiene un serio problema a la hora de elegir el nombre de sus vástagos. Generalmente no tenemos padrinos como Julio César, ni el senado nos homenajea con ningún título de augustus. Así que hemos de contentarnos con repetir el nombre de un familiar, ir al santoral caiga quien caiga, o poner nombres raros, por no decir absurdos y que las más de las veces más parece otra cosa que un nombre propio. A este respecto, siempre me ha hecho gracia el nombre de Adrián, por cierto, uno de los más populares últimamente. Estoy convencido de que la inmensa mayoría de los padres que colgaron ese nombre a su hijo, desconocen que su significado es: “juanete, inflamación en el dedo gordo del pie” (ver RAE).
Espero que nadie se encuentre ofendido por esta aclaración y que sigan viendo a su hijo con los mismos ojos de siempre, ¡faltaría más! Pero hemos de saber que los estudios de lexicografía nos indican que la polisemia es válida y aceptada en nombres comunes y que, cuando se da esa polisemia en los nombres propios, no establece que hayan de tener el mismo sentido, pero sí que existe una clara referencia. Así que, cuidado con el nombre que ponemos a nuestros hijos.
Rafael Escrig