Picados por la curiosidad, cada vez más transeúntes se iban concentrando frente a los exhibidores del cine Cervantes, que flanqueaban su puerta principal. Los últimos que se arrimaban buscaban con afán un mínimo resquicio entre las cabezas de delante para poder echar un vistazo. Y entonces, estupefactos y boquiabiertos, contemplaban el letrero con la leyenda <<Estreno mundial>>, que cruzaba en diagonal el cartel de una película que llevaba por título Torrent, en el que aparecían los retratos de su pareja protagonista: Greta Garbo –una actriz sueca aún desconocida por el gran público, pues era la primera película que rodaba en Hollywood- y el actor estadounidense Ricardo Cortez. Corría el año 1926. Era aún la época del cine mudo. El periódico local Actividad traía esa misma mañana en portada la noticia del imponente acontecimiento: “Este próximo domingo, en riguroso estreno mundial, se proyectará en el cine Cervantes la película Torrent, una producción del estudio cinematográfico Metro-Goldwyn-Mayer (MGM). Es la adaptación de una novela inédita de Vicente Blasco Ibáñez, cuya historia transcurre en nuestra ciudad. El evento contará con la presencia estelar del pianista José Iturbi, que se hará cargo del acompañamiento musical del filme. En el apartado de invitados de honor, tanto el gobernador civil de la provincia, José Álvarez, como el arzobispo de Valencia, Prudencio Melo, han confirmado ya su asistencia”.
Unos meses antes, el alcalde de Torrent, Félix Vilar David, había recibido en su despacho del consistorio a una persona que se presentó como asistente del jefe de producción de la MGM, Irving Thalberg. El visitante, que hablaba en español con acento mexicano, manifestó que había sido encomendado por el estudio para ofrecerle al ayuntamiento la oportunidad de sumarse a un proyecto cinematográfico que tenía a Torrent como escenario (un gesto de asombro se perfiló en la cara del alcalde). A continuación, desplegó sobre la mesa el cartel de una película, cuyo título era precisamente el nombre de la ciudad, y dijo que el guion lo había escrito el valenciano Vicente Blasco Ibáñez, basado en una obra inédita suya. “Blasco Ibáñez es un autor muy codiciado en Hollywood. Seguro que usted sabe que se han adaptado al cine varias de sus novelas, la más celebrada, claro, Los cuatro jinetes del Apocalipsis, protagonizada por Rodolfo Valentino”. Luego, sin poner sobre la mesa ninguna cifra concreta, pasó a desvelar la propuesta que estaba autorizado a realizar, “si esta entidad local acepta financiar una parte de la producción de la película, la MGM se compromete mediante contrato a que el estreno mundial tenga lugar en Torrent. El alcalde y el visitante se emplazaron para verse de nuevo dentro de un par de días. Cuando volvieron a reunirse, Félix Vilar le dijo al ayudante de Irving Thalberg que había obtenido el plácet del gobernador civil de la provincia, su superior jerárquico,”siempre que se cumpla una condición- hizo una pausa y miró fijamente a su interlocutor-, que no se divulgue jamás el montante que saldrá de las arcas públicas en concepto de financiación de la película”. El representante de la MGM asintió con la cabeza.
El joven Alfons Cervera acudía cada domingo por la tarde al cine Cervantes. No se perdía ninguna película. Las que más le gustaban eran las de aventuras, en especial las que interpretaba Douglas Fairbanks: La marca del zorro, Robin de los bosques, D´Artagnan… Sin gastarse ni un céntimo. Porque gozaba del privilegio de ser el hijo del explicador de la función. El padre de Alfons era el encargado de leer los cuadros de texto que se añadían al filme, para que los espectadores pudieran seguir el argumento sin perderse. Cuando Miguel de Unamuno fue desterrado a la isla de Lanzarote por sus críticas al régimen dictatorial surgido del golpe de Estado dado por el capitán general de Catalunya, Miguel Primo de Rivera, el 13 de septiembre de 1923, el padre de Alfons fue uno de los firmantes del manifiesto en apoyo del intelectual. Esto hizo que los nuevos jerarcas políticos sometieran a intensas presiones al propietario del cine Cervantes, y el padre de Alfons se quedó sin su trabajo de explicador. Un buen día, el hijo le comunicó a su progenitor que quería probar suerte como actor en Hollywood (los más importantes estudios cinematográficos ya se habían establecido en ese barrio de la ciudad de Los Ángeles). Estaba convencido de que tenía un instinto natural para la actuación. En un barco de la Compañía Trasatlántica efectuó la travesía desde Barcelona a Nueva York, donde pasó unos cuantos meses trabajando en los más diversos oficios: camarero, limpiador de cristales en los rascacielos, paseador de perros… En cuanto juntó el dinero suficiente, compró un billete de autobús a Los Ángeles; un viaje de costa a costa de varios días de duración. Molido y falto de sueño, Alfons se durmió nada más abandonar Arizona y entrar en el estado de California, y se despertó justo en el momento en que el autobús pasaba cerca de una colina en cuya cima había un cartel que ponía “Hollywoodland”. Al poco tiempo, logró un trabajo de extra en la película Ben-Hur, que dirigía Fred Niblo para la Metro-Goldwyn-Mayer, y su productor era Irving Thalberg. Una mañana, mientras Alfons deambulaba por los estudios embutido en su uniforme de legionario romano, a la espera de ser convocado para participar en alguna escena, vio salir de un plató al actor español Antonio Moreno, el primer ‘latin lover’ de Hollywood. Con un cigarrillo apagado entre los dedos, el actor se acercó a él y le preguntó en inglés si tenía fuego. Acostumbraba a fumarse un cigarrillo Marlboro en los descansos de sus rodajes. Alfons se sacó de debajo de la armadura una caja de cerillas y, a la par que se la extendía, le respondió en español, “aquí tiene, señor Moreno; encantado de conocerle”. Se cayeron en seguida muy bien. Por eso, Alfons empezó a frecuentar las fiestas que el actor español organizaba en su lujosa mansión de Silver Lake. Allí conoció a “la novia de América”, Mary Pickford, la actriz mejor pagada del cine mudo, y al marido de ella, su admirado Douglas Fairbanks. Pero, fundamentalmente, conoció a la persona que cambiaría su destino: un mexicano que había combatido a las órdenes del revolucionario Pancho Villa y que ahora, haciéndose pasar por un falso productor de cine, se dedicaba a estafar a toda persona o institución que estuviera dispuesta a invertir dinero en el cine. Pero, obviamente, no lo invitaban a las fiestas por su condición de estafador, sino por su relación de parentesco -era primo- con Ramón Novarro, el actor que interpretaba al personaje de ficción Ben-Hur.
La película que supuso el primer papel de Greta Garbo en Hollywood era una adaptación de la novela de Vicente Blasco Ibáñez, Entre naranjos. Su título original en inglés era, en efecto, Torrent, pero no aludía a la ciudad, como averiguaría -fatalmente tarde- el alcalde Félix Vilar, sino a un torrente, y contaba la historia del heredero de una poderosa familia de Alzira, dueña de un negocio de plantación y distribución de naranjas. Durante la fase de postproducción, el estafador mexicano consiguió apoderarse -usando métodos que sin duda aplaudirían con fervor los capos mafiosos- de una de las copias preparadas para su pronta distribución. El dinero municipal ya lo guardaba en su faltriquera. Los rollos de la película Torrent llegaron al cine Cervantes oportunamente la víspera de su proyección, por lo que no hubo tiempo de visionarlos antes de su primer pase. Al sentirse engañados, los espectadores que habían acudido al ‘estreno mundial’ desahogaron su crispación protagonizando una tremenda y espantosa trifulca dentro del local. Comenzaron a volar las sillas en dirección a los palcos, reservados a las autoridades políticas, militares y eclesiásticas, que precisaron del auxilio y la protección de la guardia civil. En pocos minutos, el patio de butacas parecía haber sido devastado por un huracán de categoría cinco. El piano que había comenzado a tocar primorosamente José Iturbi, acabó hecho añicos, aunque el concertista pudo salir bien librado. Los destrozos fueron cuantiosos. Esa noche muchos de los responsables durmieron en la prisión de la Torre. Sin embargo, al día siguiente salieron en libertad sin cargos. Los jerarcas políticos se conjuraron para silenciar el escándalo. Sabían que sus sillones correrían peligro si trascendía el hecho de que habían sido las víctimas propiciatorias de un timo.
Alfons Cervera regresó a Nueva York y, con su parte del botín, montó una compañía de teatro que alcanzó reconocimiento y éxitos en el off-Broadway. En abril de 1927, asistió a la primera proyección comercial de una película sonora, El cantante de jazz. Desaparecía la figura del explicador. Y sintió una dolencia de melancolía. Su padre ya no volvería a ejercer esa función en el cine Cervantes.
Enrique S. Cardesín Fenoll