Había estado dudando varios días, al final se decidió no por él, sino por su hija pequeña. «Si tengo que robar, robaré», había dicho en la oficina de empleo cuando fue, una vez más, a pedir trabajo de cualquier cosa. «De cualquier cosa», repitió, por ver si aquella joven, aburrida de ver pasar a gente en la misma situación, se dignaba teclear y darle uno con el que mantener a su familia. Sin prestación de ningún tipo, habiendo pedido favores a amigos y a cuanta gente conocía, ya solo le quedaba el comedor social de la parroquia. Esperó su turno en la larga cola, subiéndose el cuello de la raída chaqueta, no tanto por el frío, sino porque no le reconocieran. Había estado allí varios años, pero no así. Esta vez él estaba en la fila, él seria quien tendiese la mano para coger una de las bolsas dando las gracias con cara de desahucio, no con una sonrisa entregándola, haciendo la buena labor social por Navidad, más por fingir su lado solidario en la empresa que por iniciativa propia. Cuando se fue acercando a la mesa de bolsas se le encogió el estómago, a punto estuvo de darse la vuelta, de volver a su casa disimulando una tos, con el rostro tapado. Quien le tendió la mano había sido su jefe en la empresa, de él vino su despido. Verle allí, ofreciéndole la bolsa le hizo agachar la cabeza, como intentando no ser reconocido. Cerró los ojos, vio a su hija pequeña esperándole en casa, preguntando con la mirada qué iban a comer en Navidad, si los Reyes Magos le traerían los regalos que había pedido. Pensó en ella cuando tomó la bolsa de alimentos de primera necesidad, la caridad; sin encogerse, alzando levemente el rostro para mirarle a los ojos, le dio las gracias y le deseó felices fiestas. Caminó erguido, como pudo, hasta salir de la parroquia, solo entonces se relajó, se tapó el rostro con la mano y se limpió las lágrimas. Su antiguo jefe salió tocándole el hombro. También estaba en el paro, le dijo, ayudaba allí por no estar en casa. «Sé que tienes una hija pequeña, ven a casa y te daré algunos juguetes de mis hijos, ya son grandes, no los quieren. Si te parece bien, claro». Esta vez no se limpió las lágrimas, no pudo, abrazaba a la verdadera solidaridad.
Ginés Vera