La 407

«Soy el gerente del Hotel Stanley, ¿puedo ayudarle?», creo recordar que le dije al cliente hará unos cuatro años. El recepcionista –ya jubilado– me había avisado de un pequeño contratiempo. Sin dar muchos detalles acudí tratando más tarde, en mi despacho, de hacerle entender, sentado frente a mí, que la habitación solicitada estaba ocupada. «Pero tenemos una idéntica disponible en la planta superior».

Yo quiero esa, insistió. Me explicó que había sido la asignada en su luna de miel hacía treinta años. Los mismos en los que el matrimonio se había prometido volver. «Esperamos demasiado –añadió sin poder contener las lágrimas–, murió hace poco». Acordé con los huéspedes un cambio por cuestiones técnicas con una compensación. El anciano me dio las gracias y se hospedó emocionado. Lo extraño ocurrió a la mañana siguiente. El personal de limpieza me aseguró que la habitación estaba vacía, como sin usar. Pregunté a los empleados si le habían visto salir. Nadie supo nada, hasta el año siguiente. En recepción se acordaban de él, creían que era un fantasma o algo así. De nuevo en mi despacho el anciano me contó lo mismo, como un deja vú con la habitación igualmente ocupada. No entendió lo que le expuse de su vez anterior. Sin querer porfiar acepté hacer el cambio con los huéspedes. Por extraño que parezca sucedió lo mismo, desapareció sin rastro. El personal se inquietó, en especial cuando el año pasado reapareció por tercera vez.

Consulté los datos para cerciorarme antes de llamar a la policía. En realidad se trataba de un actor al que los agentes detuvieron por su largo historial aterrorizando a clientes y empleados de hoteles con supuestas habitaciones malditas. Este año, sé que resulta increíble cuando no inquietante, he avisado de nuevo a la policía. Esta vez no se trataba de ningún actor. La policía no encontró nada sospechoso aunque vestía igual, hablaba igual y se comportó igual que el supuesto impostor. Me decidí a investigar en profundidad sobre su historia en los registros del hotel, más de 30 años antes. No encontré mucho, sí algo sobre un incidente terrible, luctuoso –al parecer– sin especificar. El sr. Dunraven aceptó la habitación y, como novedad, pagó al día siguiente antes de despedirse. El personal me ha pedido que el año próximo no asigne esa habitación a nadie, por si acaso.

 

Ginés Vera.

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