Tuve una época en la que acumulé cientos de libros, miles de libros. Muchos de ellos producto de compras impulsivas, a veces fue por el autor, otras veces por el asunto que trataba, o por la buena crítica y las más, por el gusto de tenerlos. He comprado libros desde que cumplí los veinte hasta pasados los setenta, unas temporadas con más empeño que otras, pero siempre manteniendo una media bastante alta. En pocas palabras, compré libros mientras tuve espacio para colocarlos. Pero el día tenía que llegar y llegó. Esos libros acumulados a lo largo de los años, fueron desplazando poco a poco a los anteriores ocupantes de la casa, anteriores habitantes con pleno derecho, como: las fotografías, los objetos y los recuerdos, que son esos seres abióticos que nos acompañan, a veces de por vida, y que a cambio de una mirada de vez en cuando, nos devuelven la memoria a la que volvemos una y otra vez con añoranza. Los libros se han convertido ahora en esos seres, no sé si abióticos del todo, pero que son los que pueblan los rincones de toda la casa. Los repaso y digo para mí: —estos me los compré en Madrid, este me lo dedicó fulano, este me lo regaló mengano, este otro me lo trajeron los Reyes Magos, gracias, gracias—. Internet, ferias, librerías y rastros han sido mis proveedores ¿Quiénes serán los herederos? Muchos de ellos tal vez vuelvan a esos lugares donde estaban antes de conocernos.
Ahora, pasada la fiebre acumuladora, sosegado el empeño y mermado el poder adquisitivo, que no el interés, de vez en cuando saco de una estantería aquel libro que nunca leí por una u otra causa y me felicito por tenerlo, ahora lo puedo leer tranquilamente y aplaudo la suerte de tenerlo. Y ahora también, mi nieta de dos años, pasea su dedito por los lomos de los libros a su altura y escoge uno de ellos, casi siempre es el mismo. Se sienta en el suelo con la espalda apoyada en la pared y hojea el libro abierto, se detiene en un punto y dice: ¡A! Una A mayúscula, rotunda y sonora. Sólo por ver esto ha valido la pena todo el gasto, todo el espacio ocupado y todas las discusiones con mi mujer sobre la oportunidad de dejar de comprar libros antes de que fueran ellos los que nos desplazaran a nosotros. Sí, valió la pena.
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