Hablemos con quien hablemos sobre el tema, todos se sumarán a la crítica y coincidirán con que las cosas se hacen muy mal en este país, que amenazando con multas es de la única forma que se consigue algo. Me estoy refiriendo, claro está, al incivismo cada vez más presente en nuestra sociedad. Probablemente usted mismo ya lo habrá comprobado hablando con algún desconocido en la barra de un bar, en la peluquería, o en el autobús, escoja la situación y verá que siempre que aparece la conversación sobre la mala conducta ciudadana, hable con quien hable, todos la criticarán sin excepción. Y yo me pregunto, si eso es así, si todo el mundo confiesa estar en contra ¿quiénes son esas personas incívicas de las que hablamos? ¿Dónde están los que ensucian, los que rompen, los que no cumplen las normas más elementales de civismo? ¿Acaso son todo imaginaciones, o es que realmente es en todos nosotros donde radica el problema? Lo que ocurre es que no tenemos la valentía de reconocerlo y nos vestimos con la máscara de la hipocresía cuando alguien nos lo pone delante. ¿Quiere decirme usted que no ha tirado nunca al suelo el más mínimo papel? ¿Quiere decirme usted que no ha tirado nunca un plástico, que no ha tirado nunca una colilla desde el coche o que no ha dejado que su perro orine en la rueda de un coche? Todos tenemos esos pequeños pecados a buen recaudo, ocultos en nuestra cámara de los secretos, quizá también otros no tan pequeños, pero en ningún caso tendremos el desliz de contarlo ni la vergüenza de confesarlo. Después diremos todos a coro que este es un país con muy mala educación, que nuestra sociedad es modelo de incivismo, que hay mucha incultura. Pero hasta que no reconozcamos uno por uno todos nuestros errores y aprendamos a corregirlos, siempre veremos la mala educación y el incivismo en los demás. Nunca somos nosotros.
Rafael Escrig